lunes, 6 de julio de 2015

Isla de Vis, el secreto del Adriático




Lo primero que se aprende nada más desembarcar en el puerto de la isla croata de Vis es a no tener prisa. Los lugareños que habitan esta isla de noventa kilómetros cuadrados viven en una especie de nirvana gracias a las bondades de su clima, a la buena mesa, la rica pesca, el buen vino y al tentador y apetecible mar que ha afilado su caliza costa con delirantes acantilados, bahías, cuevas escondidas, calas de arena y playitas de cantos rodados como Stiniva, Zaglav y Srebma, algunas solo accesibles por mar. Impregnada de lavanda, romero, salvia y algarrobos que pueblan su montañoso interior y donde la bicicleta o los barquitos son el transporte preferido, sus tres mil almas no quieren grandes hoteles, ni resorts, ni piscifactorías o un turismo de masas. Los habitantes de este lugar casi secreto del Adriático desean una evolución armónica y respetuosa con sus tradiciones, su biodiversidad y su rico patrimonio arqueológico y arquitectónico, que muestra su faz noble y elegante en los capitalinos barrios de Luka y Kut al noreste, y su desenfadada cara sureña en el puerto de Komiza. Las casas de piedra con buganvillas, patios de palmeras y limoneros tienen su particular jardín acuático, ese mar al que la isla está tan unida que algunos balcones invitan a lanzarse, como si fueran un trampolín, a las aguas cristalinas del puerto, donde se puede tanto bañarse como probar suerte con la pesca.
Paso estratégico
Aislada y cerrada al turismo hasta el año 1989 después de pasar duros tiempos en los que fue base militar yugoslava, la isla de Vis ahora transmite un carácter hospitalario con los viajeros que la visitan en busca de lugares remotos y auténticos, donde encontrar villas, apartamentos y algún que otro hotel bien escogido, como el de San Giorgio, para bolsillos llenos, o el familiar Bisevo, en Komiza. Ya desde tiempos de la Prehistoria la isla estuvo poblada por humanos. Y aquí se construyó la primera ciudad antigua de esta zona del Mediterráneo, se llamó Isa y fue objeto de deseo de romanos, venecianos, otomanos, húngaros, austríacos, franceses e ingleses desde que Dionisio de Siracusa la eligió para fundar una de las más prósperas colonias griegas en el siglo IV a.C. por ser un paso estratégico en el tráfico marítimo del Adriático. De todo ello quedan vestigios en Martvilo, única necrópolis griega en Croacia; en las termas y ruinas del teatro romano sobre el que se asienta el Monasterio de San Jerónimo en Prirovo; en la torre Perast, la fortaleza austriaca con el imprescindible museo Arqueológico, uno de los mejores de Croacia; en el campo de cricket y en la espectacular fortaleza del rey Jorge III, reconvertida en lugar de ocio para cenar, tomar copas y disfrutar de exposiciones y actuaciones musicales en directo.

Islas Lacadivas [India]: En la ruta del capitán Nemo



A finales de enero de 1868, una misteriosa nave submarina buceó por las costas del suroeste de India. Lo hizo con cautela porque los fondos de este rincón del Índico son frágiles, hermosos, pero también laberínticos. El submarino en cuestión se llamaba Nautilus, era el mayor portento de ingeniería naval jamás creado y estaba capitaneado, con mano dura, por un tal capitán Nemo.




El Nautilus llevaba recorridas 7.500 leguas de viaje submarino desde su partida, pocos meses antes, desde las costas de Japón. Ahora se encontraba en este afortunado archipiélago de Lacadivas, a 200 km los terruños más próximos a la costa y a 440 km los más alejados, mar adentro, frente al litoral de Kerala, en India. Obviamente, el Nautilus nunca existió. El capitán Nemo tampoco. Ambos fueron creaciones de Julio Verne para la novela 20.000 leguas de viaje submarino, que ambientó por los fondos marinos de medio planeta. El de las Lacadivas fue uno de ellos y, aunque Verne nunca llegó a acercarse hasta aquí (de hecho, Verne apenas vio mundo), sí se informó sobre las bondades de este lugar.
Las islas Lacadivas, en cambio, sí que existen, nadie lo duda. Son diminutas –no hay división territorial más pequeña en toda la India– y están agrupadas en un modesto puñado de 36 islas coralinas (la mayoría deshabitadas), doce atolones y tres grandes arrecifes. Hasta hace 30 años, el archipiélago era un rincón remoto hasta para sus propios habitantes: por no existir, no existían ni servicios marítimos que unieran las principales islas.
Muchas cosas han cambiado en la actualidad, pero no todas: solo diez de ellas están habitadas, sumando una población total de poco más de 64.000 habitantes. La inmensa mayoría de ellos se gana la vida con las artes pesqueras tradicionales o con la pequeña industria agrícola existente en torno al coco y las fibras que lo recubren. Desde los años 80, las Lacadivas han evolucionado turísticamente para explotar de forma ecológica y lúcida su principal valor: las 420 hectáreas de mar encerradas en el interior de los anillos de los atolones, una golosina que atrae a submarinistas de medio planeta. Las aguas cristalinas –con visibilidades que alcanzan los 40 metros entre los meses de octubre y mayo– y una abultada lista de especies en los arrecifes han propiciado que los centros de submarinismo hayan proliferado en todas las islas.  



domingo, 5 de julio de 2015

Laguna Azul (Comino): Del material de los sueños




Hubo un tiempo, entre los siglos XVI y XVII, en que los caballeros que habían cometido algún crimen menor eran condenados a trabajar como centinelas en la Torre de Santa María. Un oficio peligroso, porque, a pesar de las reducidas dimensiones de la isla, su accidentada costa solía ser utilizada como escondite por piratas y contrabandistas que buscaban refugio discreto para, desde él, atacar Malta y Gozo. Es, precisamente, de los puertos de estas dos islas mayores del archipiélago maltés –Cirkewwa y Mgarr– de donde salen los barcos y lanchas rápidas que cada día llegan hasta Comino,




 cuyo nombre no puede ser más revelador. Sí, aquí abunda esta planta herbácea, con pequeñas flores blancas y rosas, que da un fruto de intenso aroma y sabor amargo. Pero hasta aquí no se desplaza nadie solo a buscar especias. Todos los viajeros que vienen lo hacen convencidos de que se van a encontrar con las aguas más azules de Europa. Para intentarlo hay que madrugar, pues solo los que acceden primero a la isla tienen el privilegio de gozar tranquilamente de un enclave tan especial, que, como todo en Comino, hace honor a su nombre.
Como en una piscina
Comino, o Kemmuna si se prefiere utilizar el término maltés, es muy pequeña, con poco más de tres kilómetros cuadrados de superficie. Por eso sorprende aún más encontrar esta joya de la naturaleza, que se conserva tal cual, virgen y salvaje, sin construcciones que alteren el paisaje. Situémosla en el mapa. Solo hay que fijar la vista en el extremo noroccidental y buscar una isla aún más pequeña y deshabitada, llamada Cominotto. Pues bien, es entre ella y Comino donde se abre esa laguna de aguas celestiales y transparentes, que cuando brilla el sol parece un enorme cristal. Las formaciones rocosas que rodean la playa proporcionan un encanto rústico, como de lugar perdido, a todo el entorno, con unas cuantas duchas, algún bar y poco más para que nada rompa la magia, algo que solo ocurre cuando demasiadas sombrillas se instalan entre las rocas. En verano el termómetro puede dispararse hacia arriba, así que no está nada mal pensar en llevar siempre un buen protector solar a mano. Malta no tiene arroyos ni lagos permanentes, solo los que esporádicamente se forman con la lluvia. Por eso, la Laguna Azul, una piscina natural, resulta un paraje único y diferente. Ni siquiera aquí las olas, inexistentes, se atreven a romper en la orilla.
Escenario de películas
La mayor parte de la gente que pone por primera vez un pie sobre la arena dorada de la Laguna Azul tiene la sensación de haber estado aquí antes. Es fácil de comprender, ya que ha sido escenario de multitud de anuncios, películas y series de televisión, como Helena de Troya, donde se recreó una escena de pesca a la antigua usanza en sus aguas azules. Pescar no está permitido, pero sí bucear y practicar esnórquel. Quienes lo hagan descubrirán tras sus gafas unos fondos marinos de arena blanca y brillante en los que es posible encontrar algún caballito de mar, peces de todos los colores posibles, morenas, bancos de mojarras… Hay más sitios en Comino para hacer submarinismo. Por ejemplo, bajo la Torre de Santa María –el castillo de If en la última versión para la gran pantalla del Conde de Montecristo, con James Caviezel como Edmundo Dantés–, donde se sucede un complicado laberinto de cuevas y túneles.
Fantasmas y cabalistas
Hacer submarinismo es un buen motivo para recorrer el resto de la isla, por la que según cuentan viejas leyendas se pasea de vez en cuando el fantasma de un ermitaño, de nombre Kerrew, que va y viene de Malta cual alma en pena para visitar a Abraham Abulafia, un cabalista español que vivió aquí en el siglo XIII. Si su espectro no aparece por ningún lado habrá que buscarse otro guía, aunque tal vez la propia intuición sirva para recorrer los senderos que pueblan el interior, donde no hay carreteras ni coches, y solo tres construcciones destacan en el horizonte: la citada torre, construida a instancias de los Caballeros Hospitalarios, una capilla erigida sobre la bahía de Santa María y el que pasa por ser el único hotel de la isla. En los tiempos en los que todo lo dominaba la Orden de Malta, Comino era un privilegiado coto de caza y recreo. Los caballeros fueron firmes protectores de la fauna local, liebres y jabalíes básicamente. Los furtivos capturados recibían penas de hasta tres años como esclavos en las galeras.
Hoteles: Un hotel único
Solo uno. No, no hay más hoteles en la diminuta isla maltesa, la más pequeña de las tres que conforman el archipiélago. Situado en la bahía de San Nicolás, el Hotel Comino (ww.cominohotel.com) es pues el único alojamiento posible para todos aquellos que decidan pasar algo más que unas horas descubriendo el entorno. Aun así, existen dos alternativas: dormir en una de las habitaciones del edificio principal o hacerlo en alguno de los bungalós que el mismo establecimiento posee en la bahía de Santa María, más cerca de la Laguna Azul. Son en total 46 casitas con terraza privada y vistas al mar, a tan solo diez minutos a pie del resto del complejo. Es aquí donde se sitúan los tres restaurantes –Blue Lagoon, Rotunda y The Terrace–, en los que el pescado reina en la carta. Lo más interesante del hotel es la cantidad de actividades que propone para sus huéspedes. Para empezar, una visita a la Torre de Santa María, cuya terraza es el mejor lugar para esperar la caída del sol. Y para redondear la estancia, clases de submarinismo, rutas a pie, paseos en bicicleta de montaña y hasta partidos de petanca. La isla representa un centro realmente único para la observación de aves, de ahí que también organicen recorridos ornitológicos.
Teniendo en cuenta que las distancias por mar resultan cortas y que hasta Comino llegan quienes suelen estar de vacaciones en la isla mayor del archipiélago, Malta, un hotel imprescindible es el Hilton Malta (www.hiltonmaltahotel.com), en St. Julian’s, a cinco minutos de La Valeta, la capital del país. Sus habitaciones, clásicas y elegantes, se asoman en su mayoría a la marina de Portomaso. Cuenta con su propio casino, pistas de tenis, un beach club de lo más animado y un spa, el Myoka, en el que se pueden demandar sofisticados tratamientos a base de algas, aceites esenciales y sal mediterránea.
En la misma localidad, The Westin Dragonara Resort (www.westinmalta.com), ofrece amplias habitaciones blancas y momentos de sabor irrepetibles en sus diferentes restaurantes de gastronomía local. Aunque el lugar más frecuentado por los huéspedes es el Bedouin Bar, al aire libre, que dispone de una zona chill out perfecta para pasar las agradables noches de verano.

sábado, 4 de julio de 2015

Marina Piccola (Capri): Cantos de sirenas


“Y luego, el mar de Capri en ti, mar extranjero, detrás de ti las rocas, el aceite/ la recta claridad bien construida”. El poeta chileno Pablo Neruda vivió en Capri y Capri se instaló para siempre en sus versos. La isla italiana, que exhibe sus casi 11 kilómetros cuadrados de superficie frente a la península Sorrentina, siempre ha tenido algo de escondite especial y mítico, de lugar aparte en el mundo, por mucho que el ferry que hasta aquí llega todos los días nos recuerde que tan solo estamos a media hora de Nápoles. Tan cerca y tan lejos… El mar Tirreno ha moldeado su perfil encrestado a lo largo de los siglos, aunque fueran tal vez los dioses quienes decidieran dibujarla así, tan perfecta, para que sus hijos predilectos pudieran gozar plenamente de ella. Augusto amó a Capri y también la amó Tiberio. Ambos elegían siempre para sus desembarcos la Marina Piccola, puerto y playa, playa y puerto, de reducidas dimensiones, como bien hace suponer su nombre, pero capaz de despertar grandiosos deseos a lo largo de la historia. Y no solo en emperadores. Enmarcada por acantilados rocosos, este fue, durante los años 50 del pasado siglo, el rincón favorito de las grandes estrellas de Hollywood, que se sentían a salvo aquí de las indiscretas cámaras de los paparazzi. Verde mar, casas blancas, azul cielo… La isla de Capri es el destino soñado, un refugio para los elegidos.
Un paseo en zigzag


La mejor forma de acceder a la Marina Piccola, que se encuentra localizada a los pies mismos del monte Solaro, es a través de la vía Krupp, llamada así en honor del industrial alemán que decidió construirla. Friedrich Alfred Krupp era, a finales del siglo XIX, un magnate del acero, y de su fábrica salía buena parte del armamento que abastecía a los países de Europa. Su afán por proteger a los trabajadores, algo inusual en aquella época, le granjeó siempre muy buena fama y, seguramente, contribuyó a mejorar su cuenta de beneficios. Gracias a ese éxito, Krupp solía disfrutar de largos periodos vacacionales, la mayor parte de los cuales transcurrían en la isla de Capri.
Su hotel de referencia era el Quisisana y su playa predilecta, la Marina Piccola. Un día se le ocurrió que podría unir el interior con la costa mediante la construcción de un camino que, de alguna manera, pudiera sortear el imponente acantilado. Este paseo peatonal en zigzag, construido en el año 1902, está considerado actualmente no solo una gran obra de ingeniería, sino una auténtica obra de arte que permite disfrutar de unas vistas realmente privilegiadas antes de poner un pie en la arena. Una arena en la que Krupp solía descansar a la espera de la llegada de los barcos científicos preparados para el estudio de la biología marina, su gran pasión. Aunque en la playa, parece ser, había sitio para otros placeres mucho más mundanos: cuentan, dicen, que el industrial alemán también acondicionó en Marina Piccola una cueva para celebrar reuniones sociales que acababan a altas horas de la madrugada transformadas en festivas orgías.
Ulises y su tripulación ya estuvieron en la isla
Pero mucho, mucho antes que Friedrich Alfred Krupp, hubo alguien que también descubrió los encantos pecaminosos de Marina Piccola. Situémonos en la playa. A la derecha queda la Marina de Mulo, que se extiende hasta alcanzar la punta del mismo nombre. A la izquierda, la Marina de Pennauro, que se prolonga hacia las siluetas de los farallones. Pues bien, justo en medio, el escollo de las Sirenas actúa como si se tratara de una verdadera división natural entre ambas. Si esta formación rocosa recibe tal nombre es porque hay quien ha tratado de ver en ella el lugar exacto en el que vivían esos fantásticos seres que en La Odisea de Homero trataban de seducir, con sus seductoras voces, a Ulises y a su tripulación durante su largo viaje de regreso a Ítaca.
Pero tranquilos: no es necesario taponarse los oídos con cera ni amarrarse al mástil de ningún barco en un intento de vencer a la tentación. El único ruido que aquí se escucha es el del mar, un agradable sonido de fondo mientras el sol baña con su luz el entorno.
Tres colosos de piedra
Si hay una Marina Piccola parece evidente pensar que hay una Marina Grande. Y existe, justo al otro lado de la isla, flanqueada por una hilera de casas. Es el puerto más activo de Capri, donde atracan los transbordadores que vienen de Nápoles. Sin desmerecer en absoluto, el encanto de la marina pequeña es mucho mayor. A ello contribuyen sus aguas, de color azul eléctrico, su suave arena, la perfecta comunión entre sus edificios y la naturaleza y, sobre todo, sus espléndidas vistas.
Unas panorámicas en las que el horizonte se ve quebrado por la presencia de tres colosos de piedra que emergen de las profundidades. Son tres enormes picos rocosos, de más de cien metros de altura, fruto de la erosión del viento y el mar. Las gaviotas sobrevuelan ligeras sus cimas… El más cercano a tierra firme se llama Stella, y el más lejano Scopolo, que quiere decir algo así como promontorio que mira al mar. El del medio, Mezzo, cuenta con un arco central por el que pasan los barcos para deleite de los turistas. Desde Marina Piccola parten las embarcaciones que circunnavegan la isla, repleta de cuevas, acantilados y grutas como la mítica Azurra, la piscina de Tiberio. Y eso que para Goethe Capri no era más “que un peñasco sin mayor interés”.
Hoteles: Discreción y relax
Al principio fue una clínica de reposo, fundada por un médico inglés convencido de que el sol perenne del que goza la isla de Capri durante todo el año podría proporcionar evidentes beneficios a la salud. Su transformación en hotel fue el siguiente paso. Con más de 150 años de historia sobre sus cimientos, el Grand Hotel Quisisana (www.quisisana.com) ha sido siempre un punto de encuentro habitual de ilustres personajes de la vida social de ayer y de hoy. Los huéspedes pueden optar por alojarse en sus elegantes y refinadas habitaciones, con vistas a la piscina y al agradable jardín, o alquilar la Villa, una pequeña vivienda construida siguiendo los cánones de la arquitectura local. El hotel cuenta también con tres restaurantes. A elegir: la cocina tradicional del Rendez-Vous, las propuestas ligeras (pizzas, pescado fresco) del Colombaia o el marisco preparado de mil y una maneras del romántico Qvisi, con una terraza que acoge también música en directo. Cualquier exceso siempre puede ser corregido en su completo spa, cuyos tratamientos se realizan todos con productos de la firma La Prairie.
Dieciocho habitaciones tiene solo La Minerva (www.laminervacapri.com), un hotelito que en sus tiempos fue una casa de huéspedes y que hoy es sinónimo del lujo bien entendido. A solo unos pasos de la zona comercial más glamourosa de la isla, en torno a las vías Camerelle y Tragara, el hotel encuentra su mayor atractivo en la azotea, cubierta de buganvillas, donde se sirve cada mañana un estupendo desayuno con vistas al mar y a los espectaculares farallones.
Al escollo de las Sirenas recuerda en su nombre La Canzone del Mare (www.lacanzonedelmare.com), un exclusivo alojamiento frecuentado, allá por los años 50 y 60 del pasado siglo, por actores, cantantes y escritores que querían aislarse del mundo y encontrar un poco de paz. Dicen que aquí mismo fue donde alguien se puso por primera vez los famosos pantalones pirata, también conocidos como pantalones Capri. En la Diva Suite, frente a la bahía de Marina Piccola, cualquiera puede sentirse como una gran estrella del celuloide.






jueves, 2 de julio de 2015

Pampelonne (Saint-Tropez): Cuando el mito es eterno



Puede parecer una obviedad, pero si la Costa Azul se llama así es porque el escritor Marie Mards decidió, a finales del siglo XIX, que ese era el color que mejor le sentaba a esa riviera francesa que se recostaba sobre el Mediterráneo desde Marsella hasta Génova, ya en la costa italiana. Una definición poética, aunque simple, que ha llegado hasta nuestros días barnizada por un toque de glamour y sofisticación, que es lo que sugiere el nombre de todos los municipios que la conforman: Niza, Cannes, Montecarlo… Quizás, entre todos ellos, fue Saint-Tropez, situado en el golfo del mismo nombre, el que lo tuvo más difícil para convertirse en reclamo universal del bienestar, la libertad y los excesos. Algo más aislado por carretera, a medio camino de Toulon y Saint Raphaël, tuvo, sin embargo, la suerte de lado. Allá por el año 1956 el director de cine francés Roger Vadim eligió esta localidad para rodar Y dios creó a la mujer, protagonizada por su esposa, una joven, bellísima y sensual Brigitte Bardot. Algunas de las escenas se rodaron cinco kilómetros más allá, en Ramatuelle, en una playa que comenzó a formar parte de las obsesiones de miles de espectadores. La playa se llama Pampelonne y hoy continúa siendo un lugar para soñar.


La imagen de la actriz rubia en bikini en aquel famoso filme propició que cientos de mujeres comenzaran a demandar la prenda, que en algunos lugares, como en España, recibió el nombre de Saint-Tropez. En la década de los 60 la playa de Pampelonne volvió a estar de actualidad, ya que fue la elegida por un grupo de señoritas para practicar top less, una actividad nada frecuente en la época. Hoy en día todo aquello suena hasta divertido, pero entonces aquel lugar se convirtió en el epicentro de la liberación sexual y, por ende, de las fiestas más locas y desenfrenadas. Los aristócratas británicos, entre ellos Winston Churchill, que habían descubierto la Costa Azul como lugar de descanso soleado, fueron dando paso a actores, empresarios y famosos de diferente calado y condición que llegaban simplemente para disfrutar del Mediterráneo y pasarlo bien, sin importar la factura. Se puede decir que el turismo de alto nivel se inventó aquí, a orillas de playas como ésta, de fina arena dorada y aguas azul turquesa, envuelta por un espeso bosque de pinos que le sigue propiciando un cierto encanto salvaje.
Alta gastronomía
El sonido de fondo de las motos acuáticas a veces rompe el silencio. Pero apenas importa. Pasear por la orilla del mar hasta los acantilados rocosos y tumbarse a tomar el sol son dos actos aparentemente banales que producen aquí, en la playa de Pampelonne, grandes dosis de paz. Así lo cuenta otra gran diva, enamorada del lugar, Joan Collins: “Mi corazón se acelera cuando el barco comienza a detenerse frente a la bahía. La riviera es un lugar de contrastes sublimes. Y aunque la mayoría piense que las playas de Saint-Tropez están llenas de doncellas en top less y hombres con cuerpos espectaculares, no es del todo cierto. La playa de Pampelonne tiene un ambiente maravilloso y un clima espectacular. Es, además, un lugar para disfrutar de una excelente gastronomía”. No le falta razón. En Ramatuelle, frente al mar, se encuentran algunos de los restaurantes más legendarios de la Costa Azul, como Le Club 55, al que hay que acudir muy pronto, si se quiere disfrutar de sus especialidades, que se pueden degustar al aire libre. Un vino rosado es la mejor forma de comenzar el almuerzo, que a buen seguro concluirá con una copa de champagne francés. Entre medias, ensaladas, pescados asados, marisco y esa exquisita tarta tropezienne a base de fresas. Hay más sitios donde reservar mesa en la playa: el Cocoa, con un bar de atmósfera zen; el Manoa, con una terraza de excelente panorámica; el Nikki Beach, con música de dj’s; el Pago Pago, para comer con los pies en la misma arena, o el exótico Bora Bora, con su propio trozo de playa de uso exclusivo para los comensales.
A la luz de la luna
Protegida por el cabo de Saint-Tropez al norte y por el cabo Camarat al sur, las aguas de Pampelonne no siempre son turquesa: cambian de color, del azul al verde, del verde al azul, debido a los efectos de la posidonia oceánica que se extiende en las profundidades. Una buena excusa para caminar mirando al mar por la Senda del Litoral, un paseo que nos conducirá a la otra gran playa, mítica también, de Ramatuelle, la de Tahití. Una última recomendación: en la época estival el mar alcanza una temperatura de 25º, motivo suficiente para darse un baño a media noche a la luz de la luna. Tal como lo haría la mismísima Brigitte Bardot.
Hoteles: El canto de los manantiales
Ubicado en un bosque de pinos con vistas a la playa de Pampellone, Villa Marie (ww.villamarie.fr) es un idílico cinco estrellas que recrea en cada rincón el ambiente de una auténtica villa italiana. Sus inmaculados jardines esconden un manantial de refrescante agua, cuyo rumor se escucha desde los tranquilos patios interiores y en las terrazas. Es como si, de pronto, en vez de en Francia nos encontrásemos en la Toscana, ya que el hotel conserva detalles muy propios de la arquitectura de aquella región. Cuenta con un total de 45 habitaciones y suites, decoradas en tonos pastel –rosas, azules, verdes– y con muebles florentinos, abiertas de par en par a un bosque de pinos, con el mar siempre de fondo, algo que aporta aún mayor paz y sosiego. Entre naranjos y palmeras, como si fuera un invernadero, sorprende el restaurante, ideal para una cena íntima. Sopa de pescado de roca, carpaccio de dorada con limón y cilantro, brocheta de tomates y alcachofas, dulces de chocolate… Todo en la mesa tiene un toque muy del sur, Mediterráneo puro que también se puede sentir en la carta de su Spa, donde las hierbas aromáticas y el jazmín forman parte esencial de los tratamientos. Una decoración de conchas de mar sobre un fondo turquesa sumerge a los visitantes en un océano de bienestar.
También en Ramatuelle y con vistas al mar, La Réserve (www.lareserve-ramatuelle.com) es uno de esos lugares tan míticos como el entorno que lo acoge. Un hotel íntimo e infinitamente agradable, un refugio casi secreto, donde la excelencia es, a la vez, una vocación y una promesa para aquellos que comparten el gusto por una forma diferente de vida. Esa es su filosofía, que se hace evidente en habitaciones blancas y minimalistas, con terrazas hasta las que llegan los aromas de la variedad de flores y plantas que dan vida al frondoso jardín. Los huéspedes pueden optar por alojarse en las villas privadas, de estilo provenzal, que ofrece La Réserve, en las que los únicos sonidos que se escuchan son los cantos de las cigarras. También cuenta con su propio Spa y con un restaurante en el que el chef Eric Canino prepara platos luminosos con un aderezo estrella: aceite de oliva.



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Las rutas modernistas de Barcelona

Las comarcas de Barcelona ofrecen un abanico de rutas y recursos modernistas creados por el genial Gaudí y otros autores clave del modernismo. Un universo fantástico que sorprende al visitante.
Las rutas modernistas de Barcelona
Turisme Terrassa / Diputació De Barcelona
Hay un universo arquitectónico de ensueño que da forma a un patrimonio artístico de incalculable valor cultural que se extiende más allá de la Ciudad Condal. Viajando por las comarcas de Barcelona los apasionados del Modernismo pueden contemplar obras de genios como Antoni Gaudí, Lluís Domenech i Montaner y Josep Puig i Cadafalch, entre otros. La Diputació de Barcelona impulsa y potencia el acceso y el conocimiento de esta genial oferta modernista presente tanto en palacios, jardines románticos, iglesias, mercados, teatros, fábricas y bodegas como en viviendas burguesas, casas de veraneo y edificios urbanos. Son muchas las rutas que transportan al visitante a caballo entre los siglos XIX y XX para descubrir las obras maestras de este magistral movimiento artístico. Como ejemplos, la ColoniaGüell de Santa Coloma de Cervelló esconde uno de los tesoros arquitectónicos de Gaudí más impresionantes de Cataluña, y en la Pobla de Lillet los Jardines Artigas, también de Gaudí, son un ejemplo soberbio de fusión entre arquitectura y naturaleza.
Estableciendo la Ciudad Condal como campamento base, una red de buenas comunicaciones permite acceder a todos los monumentos y rutas modernistas emplazados cerca de la capital catalana. A escasos kilómetros, en el Baix Llobregat, la citada Colonia Güell, de Gaudí, es parada ineludible. Un bosque de columnas torcidas, arcos hiperbólicos y vidrieras que permiten jugar a descubrir elementos de la naturaleza y exquisitos y sinuosos muebles que parecen tener continuidad en el exterior.
Muy cerca, en Sant Joan Despí, un itinerario guiado invita a descubrir la obra de Josep María Jujol, discípulo de Gaudí. Su casa de veraneo, conocida popularmente como la Torre de la Creu, es de visita obligada. Y para desentrañar un suculento secreto hay que acercarse a Esplugues de Llobregat: en el Museo de Cerámica La Rajoleta se observa cómo se fabricaban las preciosas baldosas que decoran muchos de los edificios modernistas.
Modernismo en la comarca de Barcelona
De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Àrea Desenvolupament Berguedá -  Gonzalo Sanguinetti / Diputació De Barcelona - Josep Cano / Diputació De Barcelona
La comarca del Maresme fue cuna de ilustres arquitectos modernistas como Lluís Domènech i Montaner y Josep Puig i Cadafalch. Bajo el epígrafe El Modernismo en el Maresme, sendos recorridos transcurren por las localidades de Canet de Mar y Mataró-Argentona. Aunque nació en Barcelona en 1849, Domènech i Montaner estuvo muy vinculado a Canet de Mar. La que fuera su residencia se ha convertido hoy en el centro de interés principal de un itinerario guiado por esta localidad. Por su lado, en Mataró, población natal de Puig i Cadafalch, una ruta recorre siete edificios donde reside la sublime huella del que fuera uno de los principales artífices del Modernismo. Entre ellas, la Casa Coll i Regàs o su casa de veraneo, la Casa Garí, en la cercana población de Argentona.
Igual que el Maresme, el Garraf y el Vallès Oriental eran otras de las comarcas preferidas por la burguesía catalana para veranear. Paseando por sus calles se conoce cómo vivían estas familias protagonistas de la Revolución Industrial. En La Garriga destacan la Casa Barbey y la Manzana Raspall, que invita a viajar en el tiempo. En la plaza de la Porxada de Granollers, la Casa Clapés despierta la atención por su intenso color azul y las decoraciones de su fachada. En el Garraf, la exquisita Sitges constituye una prolífica fuente para disfrutar de diversas rutas modernistas.
 EL Modernismo industrial
El Vallès Occidental, de gran tradición industrial, alberga algunos de los tesoros modernistas más emblemáticos de Cataluña. La ciudad de Terrassa anima a descubrir el Modernismo con los cinco sentidos. La Fábrica de Vapor Aymerich, Amat i Jover,  hoy convertida en Museo Nacional de la Ciencia y de la Técnica de Cataluña, es uno de los muchos ejemplos de las magníficas construcciones que en su día fueron fábricas y que en la actualidad ayudan a entender la industrialización y el sentido estético de sus protagonistas.
Catedrales del vino y el cava
A lo largo de la zona Costa Barcelona existe un extenso patrimonio arquitectónico y artístico que abraza diversos períodos culturales entre los que sobresale el Modernismo como movimiento genuino de Cataluña. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, los grandes maestros catalanes convirtieron la arquitectura en una muestra de fantasía y creatividad. Industria y Modernismo se fusionan, por ejemplo, de forma magistral en las bodegas, las llamadas Catedrales del Vino y/o del Cava. Impactantes recintos donde la belleza del ladrillo visto, la cerámica y las grandes arcadas parecen anticipar la calidad de su contenido. No se debe desaprovechar la oportunidad de realizar una agradable visita en tren por las Caves Codorníu, obra de Puig i Cadafalch, rubricada por una cata de cava. También en Sant Sadurní d’Anoia, las Caves Freixenet forman parte del recorrido modernista por la comarca.
Desde el Mediterráneo hasta los Pirineos, en Barcelona y sus comarcas los edificios y monumentos modernistas hablan de un pasado reciente esplendoroso, de una época de bonanza económica e industrial donde la clase emergente de la burguesía no reparaba en gastos a la hora de construir fastuosos palacios, casas de veraneo, vistosas fábricas y jardines románticos. Un legado extraordinario custodiado y protegido por la Diputació de Barcelona, encargada de potenciar la oferta modernista.